Por qué el IMC se queda corto como medida de salud – Desentrañando las razones
Nada puede decirse que sea específico en este mundo, “excepto la muerte y los impuestos”, escribió Ben Franklin en una carta a su amigo Jean-Baptiste Le Roy en 1789, “excepto la muerte y los impuestos”. Esta cita icónica muestra el ingenio de Franklin y pone de relieve una época anterior al Índice de Masa Corporal (IMC).
La evolución del IMC: De la oscuridad a la ubicuidad
En las últimas cinco décadas, el IMC ha pasado de ser una oscura herramienta demográfica a una omnipresente medida de la valía personal. Sin embargo, su impacto en los individuos va más allá de un mero indicador de salud, influyendo en el acceso a tratamientos médicos, perspectivas de empleo y experiencias educativas. Sin embargo, la verdad subyacente es que el IMC nunca se concibió para la evaluación individual.
Las raíces del IMC se remontan a Lambert Adolphe Jacques Quetelet, un matemático belga del siglo XIX, no un médico. Diseñado para clasificar los niveles de obesidad de la población general con vistas a la asignación de recursos, el IMC no tiene en cuenta las variaciones individuales. Su dependencia de datos obtenidos principalmente de hombres europeos en el siglo XIX plantea limitaciones inherentes y no tiene en cuenta la diversidad de edad, sexo, etnia y estilo de vida.
El viaje del IMC a la sanidad: Una narrativa impulsada por los beneficios
Contrariamente a su uso generalizado en la atención sanitaria, la adopción del IMC estuvo impulsada principalmente por motivos lucrativos, sobre todo por parte de las compañías de seguros y farmacéuticas. Su sencillez y rentabilidad lo convirtieron en una métrica atractiva, que pasaba por alto matices críticos de la composición corporal.
Las deficiencias del IMC se ponen de manifiesto cuando se compara con la salud de los atletas, lo que revela su inadecuación para evaluar el estado de salud real.
Defectos en la medición del IMC: Más allá de las opciones estéticas
La legitimidad del IMC se somete a escrutinio debido a su cuestionable fundamento, que implica elevar al cuadrado la estatura de una persona por razones estéticas y no por necesidad fisiológica. Los límites arbitrarios para clasificaciones como “sobrepeso” y “obesidad” disminuyen aún más su fiabilidad como medida de salud, lo que plantea dudas sobre su uso continuado en entornos médicos.
Los estudios científicos ponen de relieve la inadecuación del IMC para captar la salud con precisión. No tiene en cuenta factores como la distribución de la grasa corporal, que es crucial para comprender los riesgos de enfermedad. Los expertos en salud abogan por un enfoque más matizado y polifacético de las evaluaciones de salud, e instan a no confiar únicamente en el IMC como herramienta de diagnóstico.
Conclusiones: Replantearse la relevancia del IMC
A medida que nos adentramos en una era de avances en los conocimientos médicos, es imperativo reevaluar el papel del IMC en la determinación de la salud individual. Sus limitaciones, arraigadas en prejuicios históricos e intereses lucrativos, ponen de manifiesto la necesidad de un enfoque más exhaustivo y personalizado de las evaluaciones de salud.
El contenido de este artículo no pretende sustituir el consejo, diagnóstico o tratamiento médico profesional. Si tiene alguna duda sobre su estado de salud, consulte siempre a un profesional sanitario cualificado.
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